“La vida es un instante entre dos eternidades”. Así lo dejó, escrito una santa y doctora de la iglesia poco antes de dar el paso a su merecedora eternidad.
Joven y bella, frágil y delicada, así era la pequeña florecita que a sus quince años decidía qué camino seguir: sin fiestas ni celebraciones la menor de cinco hermanas renuncia a todo y lo recibe todo, acepta una vida de religiosa, entregando de ese modo su corazón a Dios.
Con alegría y sacrificios, en su corta vida dedica todo a la oración y a vivirlo todo con amor; San Pablo, el apóstol, le enseña con sus cartas cuál es su vocación, ese sueño, ese dulce camino que solamente brinda el amor.
Con la vista al cielo se encienden dos luceros, mirada serena y labios ligeros, su media sonrisa reflejo abundante de un fino rostro y santidad desafiante.
Veinticuatro años y a su eterna vida avanza, es la gota de agua que en un océano descansa, como lluvia de rosas los milagros del cielo alcanza. Pequeña doctora y huracán de gloria a la santa sede acompaña en su historia.
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