“DEI VERBUM” del Concilio Vaticano II
Es la constitución dogmatica que se aprobó en el concilio Vaticano II en 1965, donde se expone la doctrina genuina de la divina revelación, para que esta, a su vez, sea transmitida a todo el mundo.
En ella se promulgan la naturaleza y el objeto de la revelación, así como el modo de transmisión a través de la manifestación en Cristo, junto al testimonio de los apóstoles; además señala la finalidad última de la revelación de Dios en la comunión de vida, proclamada confiadamente en 1Jn.1, 2-3. Expresa como Dios se revela a sí mismo, haciéndose presente en la historia de la humanidad a través del verdadero sentido del texto sagrado; plugo a Dios manifestarse con palabras de hombre, es decir a la manera humana, para que este pudiera interpretarla, teniendo en cuenta el contenido y unidad de toda la escritura.
La Dei Verbum hace énfasis en que se debe tener muy en cuenta los modos de pensar, expresar y narrar de la época sin olvidar la condición cultural de sus hagiógrafos, para poder interpretarla con el mismo espíritu con que se escribió (cf. DV12).
Dios como único inspirador y único autor de ambos testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente, de modo que como decía San Agustín y citado en el concilio (cf.DV15): “el nuevo testamento está latente en el antiguo y el antiguo testamento está patente en el nuevo”. Jesucristo como culmen de la revelación y homologo testimonio divino que vive Dios con nosotros, permanecerá integro y para siempre, mandando a sus apóstoles -heraldos del evangelio- a predicar a todos los hombres (cf. Mt.28, 19-20 Mc.16, 15). “Este evangelio, prometido antes por los profetas, lo completo él y promulgó de su propia boca, como fuente de toda verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres” (cf.DV7).
Dios revelador dispuso benignamente que todo lo revelado para la salvación de los hombres, permaneciera integro, constantemente vivo en la iglesia y que fuera transmitido a todas las generaciones. Es por esto que La Tradición y La Escritura están estrechamente unidas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia un mismo fin. “La Sagrada Tradición, pues, y La Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra, confiado a la iglesia” (cf.DV10). Por medio de los apóstoles, este depósito sagrado, debe conservarse permanentemente vivo a través de los tiempos, dejando como sucesores suyos a los obispos, cuyo magisterio, en la luz del espíritu santo, espíritu de verdad, guarden fielmente su palabra, la expongan y la difundan con la predicación; es por eso que todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los apóstoles y en la comunión persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch.2, 42).
“Este magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios”, (cf.DV10) sino que al servicio de ella, por mandato divino y con asistencia del espíritu santo, la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad. Por lo tanto, la sagrada tradición, la sagrada escritura y el magisterio vivo de la iglesia se entrelazan y se unen de tal forma que no tendría consistencia el uno sin los otros. Toda verdad revelada por Dios por medio de este depósito de fe, basa su consistencia en la acción del espíritu santo sobre cada uno de ellos, cada uno a su modo, pero juntos, contribuyendo eficazmente a la salvación de las almas.
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