domingo, 8 de marzo de 2015

Tomas, un testimonio entre el salto ciego y la seguridad racional de la fe

En el cuarto evangelio se muestra de forma clara el interés de la Iglesia de aquel tiempo, en una proclamación de fe viva, cuanto que sus líneas insisten más en la confesión de Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
La primera Iglesia comprendió que Jesús quería ser aceptado y reconocido como Mesías, en cuanto a una completa e ilimitada vinculación a todo lo que Él sería y significaría para sus seguidores; a todo lo que Él representaría y manifestaría de su propia esencia. Por lo que toda representación de fe, dentro de un concepto dogmático, debe suponer precisión y depuración para no moverse en representaciones secas y estériles, o incluso para no dejarse llevar por lo emocional.
Es por esto, que la fe es una hazaña que plantea problemas difíciles al hombre creyente, para que tenga la fuerza y la significatividad de una vinculación con Dios en Cristo.
La fe debe ser un sostén, un valor, una razón de vivir que permita al hombre encontrar el apoyo en Dios. Lo que el evangelio de San Juan expone, es esta fuerza motriz oculta en las personas que se activa a través de la gracia para dar testimonio de la divinidad del resucitado, incluyendo la incredulidad de Tomas, que aunque necesitó de pruebas visibles, su testimonio deja claro a cualquier lector, que no es necesario ocuparlas para tener fe.
La fe en Cristo reposa en el testimonio, que se convierte en la mejor respuesta a la necesidad de aclaración racional de fe, que incluso la confesión de Tomas, es más que una conclusión de lo que experimentó, ya que entre el salto ciego y la seguridad racional, resalta una extensión de la verdad auténtica para el creyente, que con fe y gracia es movido a expresar con impávida seguridad: ¡Señor mío y Dios mío!
Toda la fe descansa en la convicción de que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. En la primitiva Iglesia se oye hablar muy poco de demostraciones racionales, pero también, como muy bien expresa Pablo, en sus cartas, la fe no puede ser comparada con la visión inmediata (2Cor 5, 7); más bien, en la fe se resguarda un carácter de apoyo, confianza, unión personal y vinculación total, orientada solamente a Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, como un testimonio, que es el factor decisivo para los que no convivieron con Él.
Es por esto, que este articulo quiere resaltar de manera especial la confesión de Tomas, quien recibe como respuesta del mismo Jesús: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn20, 29), aclarando esta unión personal basada en la confianza, el seguimiento y la vinculación total con el resucitado, de una comunidad creyente que no se condiciona por su presencia corporal, sino en una relación de amistad con Dios y Jesucristo que debe ser cuidada, profundizada e intensificada, partiendo en primer lugar, de ese paso de fe, basado en testimonios como el de Tomas en Juan, o el de la primera carta de Pedro: “vosotros, le amáis aunque no le habéis visto, creéis en Él sin verle y, creyendo, rebosáis de una alegría indecible y resplandeciente” (1, 8).



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